VI. Patri meo debeo vitam meam, at doctori meo viam bene vivam

La cita que da título a esta entrada es de Alejandro Magno que traducida seria: Le debo la vida a mi padre [que poco considerado con su madre], pero le debo a mi maestro la manera de vivirla bien. También es que el maestro de Alejandro fue el mismísimo Aristóteles. 

A nada que sea usted alguien avispado se dará cuenta de que tengo cierta pedrada con el latín. Explicaciones hay muchas, la primera es que me gusta mucho el dicho sabe latín cuando se quiere decir que alguien sabe mucho. Otra más romántica es que es la lengua oficial de la Unión Europea, y, el usarla, pone en valor nuestras raíces. Una explicación lógica es que es muy útil en muchos aspectos a la hora de estudiar y leer. 

Pero, muy a mi pesar, lo que realmente explica mi obsesión por el latín es que se me dan francamente mal los idiomas, y, que, con mucha diferencia, es la asignatura que más me costó en la carrera. Tal vez por eso me sienta orgulloso de saber latín. 

Sobre la utilidad del latín, y sobre la inutilidad de los ministros, recuerdo una anécdota del franquismo. En cierta ocasión José Solís Ruiz, ministro de Trabajo durante el régimen franquista y natural de Cabra (Córdoba), le discutía al político y rector de la Universidad Complutense, profesor Muñoz Alonso, para qué servía el latín. El profesor le respondió: Por de pronto, señor ministro, para que, a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa.

Maestro procede de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. Mientras que ministro procede minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que

Bromas lingüísticas a parte, la idea de llamar a los miembros del Congreso ministros responde a la idea romántica de que son menos que el pueblo al que representa y que están a su servicio. Irónico cuanto menos. 

Maestro, en cambio, nos lleva a la conclusión de que han de ser los mejores, los más sabios y lo más respetados. Algo que en la cultura oriental aún está vigente. En cualquier caso, para mí un maestro se asemeja a un vaso que enseña lo que rebosa de sus bordes, si el vaso está vacío, nada tiene que enseñar, y de hacerlo, lo hará sin vocación.

Es verdad lo que dice el dicho popular cada maestrillo tiene su librillo, métodos nuevos y mejores siempre habrá, pero lo que no creo que ocurra es que haya maestros sin un librillo bajo el brazo, muy leído, subrayado, con post its, parte de una gran biblioteca de su habitación. Y de haberlos, serán mediocres. 

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