II. Tragoedia educationis in Hispania I

¿Competencias o contenidos? ¿Finlandia o Corea del Sur? ¿Papá o Mamá? 

He tratado de buscar su significado por separado, pero ante la definición de ambas se podría parafrasear a Groucho Marx: estas son las definiciones, pero si no le gustan, tengo más. Y dado que cada autor tiene la suya, yo aportaré la mía, solo que, por modestia, se la pediré prestada a G. Simmel sociólogo alemán de principios del s. XX y maestro intelectual de Ortega y Gasset. 



Analizando la sociedad contemporánea, y también pronosticando en la que vivimos, llamo a su libro diagnóstico de la tragedia de la cultura moderna. En él define dos conceptos: la cultura objetiva (contenidos), que no es otra cosa que los valores, ideas, principios, sistemas políticos, leyes de la física, normas de conducta, división de trabajos, reglas biológicas, leyes… que la sociedad desde antiguo ha ido creando; y la cultura subjetiva (competencias), que no es otra que aquella asimilación personal de cada uno de la cultura objetiva. 

Pido perdón por el spoiler, pero Simmel llega a la conclusión de que el problema del hombre moderno es que la cultura objetiva, los contenidos, supera la capacidad, las competencias, que tiene un individúo para asimilarlos como suyos. 

Esta realidad desemboca en varias consecuencias. La primera en una especificación drástica, ya que el individuo, al ver que no puede con todo, se resigna a saber mucho de algo. 

La segunda es que genera una división impermeable entre el grupo que se ve superado y el grupo que se siente cómodo ante el absurdo tamaño de la cultura objetiva ya que lo puede asimilar sin problemas. Sujetos que a mí cariñosamente me gusta llamar esponjitas culturales, aunque se les suele llamar hombres y mujeres renacentistas. 

Ante estas consecuencias los políticos españoles tratan cada uno de “solucionarlo” a su estilo. La derecha apuesta por centrarse en la primera consecuencia y propone una ley que convierte la educación en una fábrica eficaz para el mercado laboral limitando los contenidos mediante especificaciones. La izquierda, por su lado, se centra en la segunda consecuencia y busca dar herramientas eficaces, competencias, para que cualquier individuo pueda asimilar la cultura objetiva de la manera que quiera, como quien envía un soldado que no ha disparado nunca a la guerra con un arma impresionante y sin balas. 

Ambas, en mí no tan humilde opinión como dice Dumbledore, parches cuanto menos lamentables. 



La educación es un proceso en el cual tomamos algo objetivo (contenido), lo reinterpretamos, asimilamos y aprehendemos de tal manera que nos deja de ser extraño y objetivo, para ser algo conocido y subjetivo. La forma más fácil de ver esto es recurrir a algo que nos ha pasado a todos: no sabes de verdad algo hasta que no eres capaz de enseñárselo a otra persona. 

He aquí el nudo gordiano: la competencia solo se puede enseñar a fuerza de contenidos, los contenidos solo sirven si son transformados en competencias, que a su vez solo son maduras si son capaces de ser fecundas culturalmente. 

Esta es la tragedia de la educación, por no decir de la sociedad en general. Pero ¿Y la solución? Apostamos por la libertad portando la bandera finlandesa y ampliamos la brecha entre las esponjitas culturales y aquellos que serán de por vida mediocres; o bombardeamos con contenidos como en Corea del Sur a riesgo de que un porcentaje alto de alumnos se suicide ya que no son capaz de asimilarlo todo. 


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